Rosalía y 'Berghain': la redención mística o el retorno a la obra de arte total
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El videoclip Berghain, primer sencillo del álbum Lux (2025) de Rosalía, es, sin lugar a dudas, una de las propuestas estéticas, musical y visualmente hablando, mejor elaboradas y radicales del panorama artístico actual. Rosalía tiene 33 años, como cuando Jesucristo murió en la cruz. Después resucitó, como también lo hará al final del videoclip Rosalía, cuando aparece su esquela.
Berghain significa literalmente “árbol de la montaña” y proviene de los nombres de los barrios de Prenzlauer Berg y Friedrichshain de Berlín, en cuya frontera se encuentra el club Berghain. Este lugar, templo de la música techno, despliega una arquitectura simbólica interdisciplinaria y lumínica y sirve a Rosalía para experimentar algo que va más allá de la metamorfosis, la transfiguración y la mutación (como hizo con Motomami), ya que busca la salvación de una irreparable herida en el corazón, el más preciado colgante de la protagonista del vídeo, la misma Rosalía. Parece que Rosalía tiene presente qué representa el corazón en el Antiguo Testamento (lēḇ o lēḇāḇ en hebreo), un lugar donde se sitúa el centro vital e interior del ser humano; no es solo la sede de las emociones, sino el núcleo desde donde se piensa, se quiere y se ama (Proverbios 4,23: “Guarda tu corazón más que a nada, porque de él brotan las fuentes de la vida”).
Berghain es el viaje del convencimiento de que el corazón nunca se puede recomponer del todo, solo al final de la vida, en y con la muerte. La restauración del sentimiento, del desamor, solo se encuentra con el paso del tiempo, por mucho que se quiera apresurar el tiempo yendo a un joyero-relojero, nunca, ni con la impaciencia de una cura milagrosa e inmediata, ni con la pericia de una medicina que cura la evidencia de lo que aparece en un electrocardiograma y sana la espera, se puede escapar a morir de amor.
El universo visual del vídeo pendula entre dos esferas aparentemente opuestas: la intimidad doméstica de la vida cotidiana y la liturgia pública de la masa que mortifica, como aquel pensamiento y recuerdo martilleado que no cesa en nuestra mente, con un molto vivace de las cuerdas barrocas (las de un Bach por la espiritualidad transmitida o las de un Vivaldi por la velocidad de ejecución) y de unas voces que pasan del registro de un oratorio al operístico de una soprano que sufre y tiene miedo y un coro, las voces que la acompañan en la pena, que repiten con ella: Seine Angst ist meine Angst / Seine Wut ist meine Wut / Seine Liebe ist meine Liebe / Sein Blut ist mein Blut (Su miedo es mi miedo / Su rabia es mi rabia / su amor es mi amor / su sangre es mi sangre). ¿Son unos compases con un estilo de puro coral luterano? Sea como sea nos movemos en la amplitud de la fe cristiana.
Toda persona pasa por el desamor y por las consecuencias devastadoras que implica que se rompa el corazón (que se deforme), esa pequeña joya íntima e interior que se estropea aunque parezca incorruptible. Al comienzo del videoclip, cuando Rosalía entra en su casa vestida de luto y con las sandalias en rosario, el acto doméstico de planchar el vestido rojo sanguinolento o lavar la ropa hasta que queda blanca, incólume en una actitud de genuflexión, se convierte en penitencia, plegaria silenciosa y purificadora, que constata una presencia femenina que, en soledad y abandonada, revive con sus pensamientos la profunda herida. El espacio vulnerable de la morada se ve interrumpida por la irrupción apretada del sonido de la Orquesta Sinfónica de Londres (un símbolo de la tradición musical occidental) que oprime a Rosalía y que invade el terreno de la intimidad. Aquello que era monumental se hace cercano y necesario; aquello que es público deviene doméstico. El mundo interior (la casa, el cuerpo, el dolor, la memoria) acoge la experiencia colectiva de la música (la vida, la colectividad, el gozo, el presente). Cuando sale nuevamente a la calle con el top gris se puede leer “My intrusive thoughts sound like this” (Mis pensamientos intrusivos suenan así).
El emblemático club berlinés, el Berghain, espacio mítico de la escena tecno y queer europea, convertido en templo y en metáfora de un exceso de sexo, representa una oscuridad postsecular y mística, aunque pueda parecer contradictorio. ¿Es el final o es el principio? El club Berghain, como espacio de disolución del yo y de éxtasis colectivo, es la cara nocturna y expansiva de un mismo proceso de perdición-sanación y salvación desenfrenada y que llega al éxtasis. Al otro extremo, el espacio doméstico y simbólico como dique de la contención, la reflexión y el retorno a la subjetividad. Rosalía transita entre estos dos polos como una figura liminar, ni santa ni pecadora, ni diva pop ni sacerdotisa del tecno. Su presencia oscila entre lo sagrado y lo sensual, una dualidad que recuerda las propuestas de la interesante Luce Irigaray sobre la corporalidad femenina como espacio de mediación entre materia y espíritu.
Los símbolos religiosos, como el sagrado corazón y la paloma, ponen en escena una iconografía del sufrimiento y de la revelación que se puede leer tanto en clave católica como protestante. Pero en lugar de reproducir la mística tradicional, la artista la reinterpreta desde el cuerpo y la sensibilidad como Karl Jaspers, haciendo visible lo que la espiritualidad había ocultado: que la trascendencia puede ser carnal, que el deseo también puede ser una forma de conocimiento y que el dolor y las heridas de la vida nos vuelven a guiar hacia el punto de origen, la naturaleza, hacia la vulnerabilidad, pero en comunión con todas las especies de animales, como si Rosalía se transformase en caperucita o Blancanieves como elementos mitopoéticos donde el corazón físico, sufriendo en silencio, es a la vez órgano y símbolo, materia y luz, como lo será la voz de la islandesa Björk que la acompañará en forma de pájaro en este tránsito al que se llega con el canto de This is divine intervention / The only way to save us is through divine / intervention / The only way I will be saved is through divine / intervention (Esto es intervención divina / La única manera de salvarnos es con intervención divina / La única manera en que yo me salvaré es con intervención divina).
Los animales del bosque nos invitan a una lectura arquetípica. Son emanaciones de un inconsciente natural, restos de un paraíso perdido y primordial que irrumpe dentro del espacio humano. La animalidad no es aquí una amenaza, sino una memoria de la comunión con la parte instintiva y la parte racional, un cervatillo (símbolo de la pureza y del alma creyente) sangra sangre negra por los ojos, porque le han herido la inocencia. La sangre viva es la roja, la sangre negra es la corrompida, la enferma, es una sangre que impide ver claro, y que arrastra a Rosalía a un estado de pérdida, de caída o sufrimiento místico en sus sueños. En simbología junguiana representaría la tristeza profunda, la emergencia de la sombra y la oscuridad…
Ressuscitar com Jesucrist
Rosalía no es la doncella dormida que espera ser salvada, sino el ser que se adentra conscientemente en la muerte simbólica para renacer, para resucitar como Jesucristo. El bosque se convierte en refugio, un espacio desconocido, se transforma en lugar de aprendizaje y de descanso. Esta relectura conecta con la idea de reescritura simbólica de las imágenes femeninas que defiende Hélène Cixous y su necesidad de producir nuevas representaciones del cuerpo y de la voz como espacios de libertad.
Al final, Berghain articula una acústica de la presencia y del deseo, es el locus amoenus donde llegan peregrinos del tecno y donde el sujeto no domina el sonido, sino que el sonido lo domina a él y deviene un elemento más de un ecosistema afectivo y sensorial. Berghain, con el obsesivo “I’ll fuck you till you love me” (Te follaré hasta que me ames) de Yves Tumor es el punto de llegada, una catedral del ritmo desenfrenado que sustituye el beat ateo por el ritual cristiano y se transforma en la nueva plegaria colectiva. El baile, la danza colectiva que se puede intuir en Berghain actúa como una forma de extática disolución del yo, próxima a las experiencias místicas descritas por Simone Weil o Teresa de Ávila, pero transpuesta al lenguaje del tecno.
Con Berghain, Rosalía propone una estética híbrida y filosófica que desborda las categorías musicales de los últimos años y se empelta de una espiritualidad reconocida en Dios (como hicieron en sus últimos años músicos como Mozart, Beethoven…) con un retorno al pasado y una fusión de estilos del presente. La obra de arte total, después de Wagner, ha vuelto a la superficie de la planicie creativa musical. Su gesto es, en esencia, una reivindicación de la música como espacio de comunión con lo trascendente y del cuerpo como lugar de revelación. La música es una forma de conocimiento que une el instinto y la razón, lo doméstico y lo sagrado, lo humano y lo animal. Rosalía no representa la metamorfosis, que es un proceso, sino que encarna plenamente la transformación final. En este final, cuando deviene la muerte, el corazón se restablece al vuelo de una paloma blanca y negra, y el azúcar se consume en el café como justo al principio, se comienza nuevamente para “amar al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu” (Mt. 22,37).